El lugar revive la mística del pan casero, la atención personalizada y el espíritu de una auténtica patisserie francesa. Quienes pasaron por la casa ya se prometieron un pronto regreso.
Lo conocimos debajo de una gruesa gorra de lana y rodeado de la puesta en escena que significa estar en cada detalle que surja de los deseos de sus clientes de Casa Oxalis. Un espacio donde se honra la buena cocina y donde cada producto incluye en su receta algo más que ingredientes tangibles. Es el ámbito donde se desplaza Fernando Lo Coco, cocinero, para ponerle toda la dedicación posible a cada producto que elabora por entender que cocinar para otros es un acto de amor.
Obviamente el disparador que dio lugar a este primer contacto periodístico fueron los múltiples elogios que recibe a diario este emprendimiento que encaró con su hermano, Marcelo, en la esquina de Burriquetas y de las Acacias, Pinamar. El hecho de preguntarnos cuál era el secreto reflejado en una presencia positiva en internet, con elogios y comentarios poco comunes.
La charla con Lo Coco no se puntualizó en determinado plato, sino que sobrevoló la esencia, para detenernos en la filosofía que guía los pasos de este hombre que un día dejó General Madariaga para irse a Europa a profundizar sus conocimientos de las manos de admirados maestros. Por momentos los comentarios giraron en torno a los aromas de la niñez provenientes de alguna olla proletaria que lo invadía todo de la mano de un guiso convocante o de un añorado puchero.
“Para mí, cocinar, es un acto de amor pleno. A mí me gusta decir que en la vida hay pocas cosas que nos hagan entrecerrar los ojos como rezar, leer un buen libro especialmente cundo la lectura nos lleva a un párrafo que nos conmueve y no hace reflexionar, cuando escuchamos una pieza musical lo mismo…genera ese tipo de sensación y cuando comés, más de uno hemos cerrado los ojos ante un plato donde queremos que no se pierda ningún detalle y mucho menos que se termine”, describe.
El origen de esta pasión se produce con la influencia de una abuela y el acompañamiento de una madre, aunque Fernando entiende que si bien copiaba recetas y era un mero espectador nunca pensó en profundizar el conocimiento para arribar a este resultado.
Hasta que llegó la experiencia de dos estrellas Michelín, uno de los sistemas más importantes de calificación a nivel internacional que permite a los chefs compararse y competir entre sí. Esto significó encontrarle el sentido a una vocación que se potenció un camino de experiencias que daba inicio a una trayectoria poco común. Es el sentido el que posibilitó que se hagan las cosas porque sí.
Repasando las notas que ha concedido Fernando, la mayoría recorre un camino similar donde desfilan los nombres de varios notables que saborearon los platos propuestos por el madariaguense.
Eso sí en el que nos detuvimos fue en Robert De Niro un actor enorme que quedó cautivado por una salsa en particular.
“¿Tenés todo preparado?, viene De Niro” fue la frase que recuerda Fernando antes de vivir la experiencia. Como era de esperarse todo transcurrió con normalidad, aunque bajo la luminosidad de un personaje brillante, no solo un actor, sino una personalidad icónica con mucho magnetismo.
La comida transcurrió y en la curva final del café, el astro quiso repetir una salsa con la cual se había deleitado. El inconveniente que surgió fue que en la cocina ya no quedaban vestigios porque al consumirse se procedió a lavar la vajilla. Por consiguiente, uno que preparar una nueva lo cual se pudo aunque con cierto vértigo. Quizás por aquello de que “quien sabe comer, sabe esperar”, la preparación recién hecha renovó la aprobación de De Niro que se retiró del lugar más que conforme.
A desarrollar queda la historia familiar y aquellos cuadernos con recetas y pequeñas manchas propias de su paso por la cocina, huellas de vida. También el debatir acerca de porqué un plato se nos puede hacer inolvidable. Así como en la cocina de Lo Coco en una buena nota hay otros ingredientes que no se ven.
